Wednesday, 6 December 2006

FUROR EN LA CARRETERA Y LA COMUNIDAD MUSICAL (Spanish)

Nicholas Cook, FBA Profesor de Investigación en música Universidad de Southampton, UK ¡Que levante la mano quien nunca sintió un toque de furor en la carretera y ni siquiera sabe lo que ello significa! Sin ser, espero, más malhumorado que mi vecino, al menos, creo estar capacitado para poder decir de donde proviene dicho malhumor. Por un lado, cuando alguien le está pisando los talones, infringiendo su espacio personal, forzándolo a ir cada vez más rápido, aun cuando usted ya está excediendo el límite de velocidad, usted está participando de una interacción social. Para usted es posible interpretar la forma en que el otro ubica su coche en relación al suyo, con la misma sutileza con la que interpreta, durante una conversación, un gesto instantáneo o una ceja levantada. Claro está que esto no es una conversación, y tanto usted, al igual que el otro conductor, están encerrados en una caja metálica, desconectados de todo lo que se encuentra fuera de ella, y aislados uno del otro. Lo que de ello resulta, es la eliminación de esa permanente corriente de comunicación que se genera a través o por detrás de la manifiesta satisfacción de una interacción cara a cara – los gestos, el rascarse, el desplazamiento del peso corporal, la modificación del tono vocal, y otros medios casi imperceptibles a través de los cuales las personas incluyen matices a lo que dicen, se informan mutuamente de sus sentimientos, y se contestan uno al otro de tal manera que la conversación se convierta en una experiencia compartida como de hecho lo es. Esta es la relación recíproca que el sociólogo Alfred Schutz llama “sintonía mutua” y que él percibió como “la condición indispensable de toda posible comunicación”. El furor en la carretera muestra lo que sucede cuando la sintonía mutua se ve interrumpida. Y dado que ello representa el modo en que la gente se desconecta entre si - aún cuando haya personas en los alrededores – aislándose en medio de la congestión de tránsito, es un poderoso símbolo de la alienación tan característica de la actual sociedad racionalizada y post industrial. Schutz acuñó el término “sintonía mutua” en un ensayo publicado en 1951 llamado “Haciendo música en conjunto”. Para él, hacer música en conjunto implica compartir el “tiempo interno”, esto quiere decir, el tiempo tal como se lo experimenta, más que el tiempo medido por el movimiento del reloj – el tipo de tiempo que transcurre muy lento cuando usted está esperando ansiosamente novedades del hospital, y demasiado rápido cuando usted está disfrutando. Habitualmente, podríamos estar refiriéndonos al tiempo “subjetivo”. Pero lo que sugiere Schutz es que cuando las personas hacen música juntas, todas están viviendo el mismo tiempo, por lo tanto, él define la relación de sintonía mutua como el “compartir el flujo de experiencias del otro en el tiempo interno”: esto no es subjetividad sino intersubjetividad, y, efectivamente, fue Schutz quien popularizó este concepto como un camino intermedio entre objetividad y subjetividad. En esta experiencia intersubjetiva, Schutz también visualizó a los oyentes musicales con una participación similar, compartiendo la misma experiencia con el tiempo que los ejecutantes. Schutz dijo, refiriéndose tanto a ámbitos íntimos como a una gran sala de conciertos, que “el ejecutante y el oyente están mutuamente ‘sintonizados’, viven juntos a través del mismo flujo, envejecen juntos mientras dura el proceso musical”. No fue la intención de Schutz decir que es únicamente en la música donde uno puede encontrar este tipo de subjetividad compartida. Por el contrario, él dijo que, “podemos encontrar las mismas características al marchar juntos, al bailar juntos, al hacer juntos el amor”. Pero Schutz ha tenido buenas razones para elegir a la música como su modelo para tal actividad comunitaria, debido al modo en que ésta presenta, de manera directamente perceptible, los procesos de la interacción cara a cara. Puedo explicarles qué es lo que quiero decir, preguntando cómo hace un cuarteto de cuerdas para tocar juntos. Una posible manera de funcionamiento, es si todos tocan respetando los mismos valores estandarizados. Con ello quiero decir que todos deberían tocar al mismo tempo, hacer sus negras el doble de sus corcheas, y así sucesivamente. Esto sería más bien parecido a una línea de montaje de coches, donde los obreros, en conjunto, atornillan los componentes adecuados, porque éstos han sido manufacturados para medidas estándares. Claro está que ningún cuarteto de cuerdas toca de esta manera. Ningún cuarteto de cuerdas adhiere al mismo tempo durante todo el tiempo, ni hace todas las negras el doble de largo que las corcheas; como diría Schutz, hacen música juntos en un tiempo interno, subjetivo, no en el tiempo exterior del reloj, donde una cosa puede ser exactamente el doble de largo que la otra. Sin embargo, decir lo que un cuarteto de cuerdas realmente hace es difícil, y ello se debe a que los valores exactos del timing, de la afinación, y otros, se negocian entre los ejecutantes en tiempo real. No hay valores estandarizados, simplemente estas notas se tocan así en este contexto. Por supuesto que los cuartetos de cuerda ensayan, lo cual significa que, en términos generales, acuerdan cómo van a darle forma a su interpretación – los clímax, y su elaboración, el equilibrio entre los pasajes contrapuntísticos, etc. Pero esto no significa que la ejecución de cada instrumentista se convierte en algo tan fijo y por demás aprendido, como para que cada uno pueda, indistintamente, tocar usando auriculares a través de los cuales sólo escuchan una banda que marca los tiempos. Ello sería una situación muy similar a la de los conductores encerrados en sus cajas de metal con la furia creciendo en su interior, porque no pueden comunicarse apropiadamente. En cambio, hacer música en conjunto significa escuchar constantemente a todos los demás, acomodar constantemente su ejecución a la de ellos, ser sensible a los estados de ánimo de otras personas, saber cuándo seguir a los demás y cuándo liderar. En resumen, hacer música en conjunto es una representación de la sociedad humana, y el sonido de la música es el sonido de la sociedad en acción. Dicho de esta forma, la música se convierte en una especie de ruta de escape del mundo real de la congestión de tránsito y del furor en la carretera, una especie de prueba para el alma, una utopía, donde por una vez podemos interactuar total y satisfactoriamente con otros de otra manera que, por lo general, nos es negada en nuestra vida cotidiana – y como ya lo expresara, usted no necesita tocar para participar en la intersubjetividad de la música, usted puede ser miembro de la comunidad musical simplemente escuchando. Por cierto que esto podría ser suficiente justificación para la música. Sin embargo, esto no es todo lo que la música tiene para ofrecer. Es mi deseo sostener que la música no es tan solo una manera de escaparse del mundo, sino una forma de aprender a estar en el mundo. La participación en la música es, para la vida social, el equivalente a un simulador de vuelo: escuchar a los otros, desarrollar su sensibilidad hacia ellos, experimentar diferentes relaciones con ellos mientras las líneas musicales interactúan entre sí – todo ello constituye una especie de curso intensivo sobre relaciones interpersonales. Melodía, acompañamiento, homofonía, contrapunto, heterofonía y fuga, todas engloban diferentes maneras de relacionarse con otras personas, pero son esos valores del timing y afinación y del balance los que únicamente pueden negociarse en el tiempo real de la ejecución que yace en el corazón de la función socializadora de la música. La música presenta relaciones interpersonales en sus formas más abstractas y desguarnecidas, y aprender las formas de la música, por lo tanto, es aprender el repertorio de relaciones sociales y el conocimiento de cómo aplicarlas si vamos a funcionar como seres socialmente exitosos. Ésta es la razón por la cual una educación musical no es tan sólo una educación para la música sino una educación para la vida. En consecuencia, ¿será la pena obligatoria para quien siente furor en la carretera, participar durante doce meses en un cuarteto de cuerdas? Bueno, posiblemente no, aunque sería difícil pensar en un servicio comunitario más intenso que éste. No quiero sobre estimular mi caso, presentando a la música como la panacea de todas las maldades sociales. La música, después de todo, es sólo música. Pero como música, posiblemente contiene la promesa más clara y más inteligible que tenemos de un mundo mejor – y quizá, tan sólo quizá, sea éste el camino más corto para ello.

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